martes, 8 de julio de 2014

BEBÉ VS NENUCO



Si hay algo capaz de evocarnos recuerdos, eso son los olores. Se dice que somos capaces de recordar la cara de una persona durante 15 años, sin embargo, su olor se recordará toda la vida. La sensación de dejà vu al pasar delante de una panadería, por un monte mojado o en el más inesperado de los momentos, esa que te hace pararte y respirar hondo… la sutileza de determinados aromas, que parecen venir a nuestro cerebro como las matriuskas rusas, una dentro de otra, todo eso son impagables regalos del olfato, el más menospreciado de los sentidos.
Personalmente, siento predilección por los olores naturales, suaves y auténticos. Quizás por eso, siempre me ha llamado la atención la atracción que mucha gente de cualquier edad siente hacia las colonias de bebé, especialmente ante una en concreto, que ha llegado a simbolizar el olor a bebé de manera masiva. Frases como “me encanta el olor a bebé, tan fresco tan…puro” se refieren en realidad no al olor propio de los niños pequeños sino al de dicha marca de colonia. Supongo que por eso muchos adultos siguen usándola e incluso, enchufando en las paredes de su casa ambientadores con dicha fragancia. Parece claro que en el imaginario colectivo ese aroma se ha instaurado como el equivalente al de tener un bebé en casa, activando todo tipo de resortes afectivos. Y es que con el olfato pasa como con el resto de los sentidos, si se acostumbra a las sustancias sintéticas, más fuertes y duraderas, deja de percibir lo natural, que se vuelve soso y anodino.




Así, lo que esa colonia hace no es solo enmascarar el verdadero olor humano de los bebés sino suplantarlo. En realidad, un bebé huele a menudo a pañal sucio, a leche regurgitada, a babas… bastantes bebés despiden un olor a vinagre cuando transpiran, pero…habéis probado a oler a un bebé o a un niño detrás de la oreja, allí donde precisamente recomiendan perfumarse? Pues justo ahí está, el olor a piel, a carne tibia, a animalito, así huele un bebé.